¿Te preocupa la vuelta del fascismo? Seis cosas que puedes hacer en 2016

Los comentarios pasan algo por alto: la legitimidad de Trump o Le Pen no procede de una atracción repentina por una nueva marca de populismo de derechas, sino de su legitimación por parte de la política dominante.

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Rasande Tyskar @ Flickr

Rasande Tyskar @ Flickr

Sign reads \"Human Rights are for all\" at demonstration in Hamburg on November 14, 2015

El año 2015 vio como se generalizaba la preocupación por la vuelta del fascismo, gracias a la popularidad de tipos como Donald Trump, que lidera las encuestas para ser candidato republicano a la presidencia en los Estados Unidos, y Marine Le Pen, cuyo Frente Nacional ganó la votación en la primera vuelta de las elecciones regionales francesas (antes de la derrota en la segunda).

¿Cómo deberíamos entender y responder a estos fenómenos?

1. Teniendo en cuenta el contexto general

A pesar de toda la introspección liberal, la mayoría de los comentarios demuestra que no se ha entendido lo más importante: la legitimidad de tipos como Trump o Le Pen no procede de una atracción repentina por una nueva marca de populismo de derechas, sino de la amplia legitimación de sus principales puntos de vista por parte de la política dominante. Ben White ha resumido el problema perfectamente:

 

  • Cuando deshumanizasteis al pueblo de Afganistán e Iraq de manera que sus víctimas no merecían ni contarse.
  • Cuando aplaudisteis los ataques con drones contra ‘hombres en edad de combate’ sin nombre.
  • Cuando insististeis en que era *imprescindible* mantener una ‘conversación sincera’ sobre los ‘extremistas musulmanes’.
  • Cuando preguntasteis con absoluta ignorancia: “¿Dónde están las voces musulmanas que condenan a X, Y y Z?”
  • Cuando señalasteis algo llamado la ‘comunidad musulmana’ por tener un ‘problema’ con la ‘radicalización’.
  • Cuando justificasteis todo esto al jurar que no estabais en contra del *Islam*, solo del *islamismo*.
  • Sí, liberales occidentales, cuando hicisteis todo esto y más, fuisteis los teloneros encargados de preparar el escenario para el concierto que no está dando actualmente Donald Trump.

Desde hace mucho tiempo, los musulmanes están pagando los platos rotos del nuevo fascismo, pero la gran desconexión política tiene fecha anterior a su dilema actual. Antes del derrumbe de la Unión Soviética, la democracia liberal occidental se tenía que ver como una auténtica alternativa al autoritarismo soviético. Englobaba las libertades civiles, el libre movimiento y el respeto por el derecho internacional y los derechos humanos universales. En palabras de Tony Bunyan, después de los acontecimientos del 11 de septiembre en Nueva York, tras el triunfo del capitalismo sobre el comunismo y el fin de la Guerra Fría, Occidente ya no tenía que hacer honor a estos ideales en la misma medida.

De esta manera, el “fin de la historia” se ha caracterizado por el neoliberalismo desenfrenado, un creciente autoritarismo, el vaciamiento de la democracia, la degradación del derecho internacional y, últimamente, una vuelta al populismo racista. Gary Younge y otras personas aciertan al señalar que Trump y personas de su calaña son la consecuencia de este viraje, no la causa. Hasta que la corriente dominante no reconozca esto, los neofascistas seguirán en ascenso.

2. Resistiendo a la ‘guerra contra el terror’

La declaración de una ‘guerra contra el terror’ global constituyó un cheque en blanco para las democracias protofascistas y las dictaduras en todo el mundo. Ante la preocupación de los guardianes del orden legal internacional por idear y difundir las normas internacionales ‘contraterroristas’ en vez de defender los principios fundacionales de las Naciones Unidas o los tratados de la Unión Europea, es un regalo para siempre. Pero al no buscar ni encontrar consenso internacional sobre lo que implica o no implica el ‘terrorismo’, hemos autorizado a los Gobiernos de todo el mundo a servirse de nuevas herramientas de represión política y, a la vez, les hemos permitido decidir quiénes son los ‘terroristas’.

Así, de un plumazo, la ‘guerra contra el terror’ legitimó la ocupación y el apartheid en Palestina por parte de Israel, la exterminación sin piedad de los Tigres Tamiles en Sri Lanka, los ataques implacables de Turquía contra las legítimas demandas kurdas de una autodeterminación básica, y hasta la decapitación por parte de Arabia Saudí de sus adversarios políticos (por nombrar solo parte de las personas que sacan tajada de la generosidad de George Dubya, es decir, George Bush hijo). El desprecio flagrante por el derecho internacional y las normas de derechos humanos en nombre de la lucha antiterrorista por parte de los países occidentales es particularmente irónico, teniendo en cuenta que dichas normas son el resultado del “incumplimiento flagrante de los derechos humanos por parte de los países nazis y fascistas que sembraron las semillas de la última guerra mundial”.

Mientras la lucha antiterrorista se ha convertido en agente de la tiranía, las narrativas que sustentan la ‘guerra contra el terror’ han llenado los abrevaderos de los neofascistas. Arun Kundnani ha demostrado con claridad sin par cómo los mensajes antiterroristas gubernamentales se han desarrollado en asociación con la reinvención del neonazismo como movimiento ‘antiyihadista’. Con la emergencia del Estado Islámico y la transformación de la ‘guerra contra el terror’ en una “guerra contra el extremismo”, más amplia (y mucho más perniciosa), sus mensajes cada vez se parecen y se unifican más:

 

  • Hay dos tipos de musulmanes: los moderados que practican su religión de manera pacífica y comparten sus valores, y los extremistas/islamistas que interpretan el islam como una ideología política, rechazan nuestros valores y pretenden imponer la ley de la sharia a las personas musulmanas y no musulmanas;
  • La corrección política y la tolerancia multicultural han debilitado la defensa de nuestros valores y, por tanto, ayudado a la causa de las personas musulmanas extremistas;
  • Hemos padecido el terrorismo a causa del extremismo islamista;
  • Ahora necesitamos apartar las sensibilidades multiculturales y endurecer la oposición al extremismo islamista.

En este momento, esta ‘tonadilla’ la comparten demócratas, racistas y fascistas en todo el mundo. Si queremos contrarrestar la seducción de estos últimos, debemos empezar por el concepto de la ‘guerra contra el terror’. Esto incluye el absoluto rechazo del mayor triunfo de Bush: la premisa de que “o estás con nosotros o con los terroristas”. Si te opones al bombardeo de Siria, simpatizas con los terroristas”. Si piensas que la denuncia de la ‘guerra contra el terror’ (en casa y en el exterior) es lo que impulsa la ‘radicalización’, eres un ‘apologista’. Si estás incómodo con el ensalzamiento de las viñetas de Charlie Hebdo, ‘culpabilizas a las víctimas’ (y odias la libertad).

El eterno reforzamiento de estos absurdos binarios por parte de los políticos populistas, la prensa sensacionalista y un ejército de “terrólogos” crea una cultura política que no tolera ninguna discusión sobre su propia responsabilidad en la creación de lo que alega contrarrestar. El problema al que nos enfrentamos después de 15 años no es solo que la ‘guerra contra el terror’ sea tan intelectualmente insolvente y contraproducente como siempre, sino que la censura y la represión que ha engendrado haya permeado ya nuestras universidades, the las artes e incluso nuestros patios de recreo. Este es el aspecto de la ‘guerra contra el extremismo’ y adónde conduce. Si discrepas, eres también un extremista y deberías volver al redil.

Quizá sea un paréntesis, pero cuando tus propios ciudadanos no pueden expresar sus creencias religiosas o ideológicas ni estudiar y debatir el terrorismo sin temer una visita de la policía, obligar a que se celebre un debate parlamentario sobre la prohibición de la entrada a Donald Trump en Gran Bretaña por su política despreciable es una victoria hueca para el antifascismo. Adelante, veta a este tipo, pero no te sorprendas si la política de “no dar tribuna” de hoy se convierte en la política de inmigración de mañana. Vaya, he hablado demasiado pronto.

3. Exigiendo los derechos de los refugiados

La gran solidaridad mostrada hacia las personas refugiadas destaca como uno de los puntos álgidos de la política progresista europea en 2015. Me refiero a los ciudadanos europeos que organizaron transporte, entregaron ayuda y dieron la bienvenida a millones de personas refugiadas. Y todo esto mientras las élites de Europa –con honrosas excepciones– mandaron los ideales progresistas en los que se fundó la Unión Europea al cubo de la basura inclindándose aún más hacia la extrema derecha que creó la “Fortaleza Europa”. Al hacerlo, acercaron mucho más las políticas de inmigración a su lógico destino nacionalista.

Pero por muy hermoso que sea ver a las personas actuar con tanta humanidad, nuestra caridad es una mera tirita en la herida abierta infligida por las políticas racistas. Como dijo Steve Cohen hace una década en Standing on the Shoulders of Fascism, hay una conexión lineal ideológica y política entre la aceptación popular de la brutalidad y la represión de los controles de inmigración y el proceso que permite la promulgación de legislación autoritaria.

En este momento, las personas refugiadas necesitan el cambio político más que el agua. La solidaridad que se les muestra proporciona la base que debe ahora fundirse con las demandas políticas de derechos y justicia. Esto exige el pleno respeto por el derecho –al que las personas refugiadas deben tener acceso por la Convención de Ginebra– de solicitar y conseguir asilo. La alternativa es un mundo en el que dicha Convención se precipita hacia la trituradora.

4. Respetando el trabajo de Edward Snowden

La historia nos enseña que los fascistas llegan al poder prometiendo solucionar tu problema con los inmigrantes, antes de ocupar y ampliar los mecanismos coercitivos del Estado y eliminar los controles y equilibrios que refrenan su autoritarismo innato. De modo que si estás preocupado por la vuelta del fascismo, quizá sea sensato no encomendar el mayor dispositivo de vigilancia de la historia a los futuros gobernantes fascistas de los años 2020.

No sé por qué cualquier persona a la que le importan la democracia y los derechos humanos encomendaría la actual generación de agencias de inteligencia secretas a los poderes sin control descritos por Orwell (a causa de cosas como esta, esta y esta). Pero conozco a demasiadas personas que sí lo harían o a quienes no les importa que en el clima actual solo los programadores de software y las compañías tecnológicas sean capaces de concederle a Edward Snowden el legado que sus revelaciones merecen. Esto se debe a que el equilibrio del poder político y económico cae del lado de la vigilancia masiva.

Apoya las organizaciones que luchan contra la vigilancia y hazte con tecnologías que preservan la privacidad; o bien alimenta la máquina de la vigilancia, pero cuidado con hacer algo malo.

5. Cuidado con las botas militares

Cuando paseaba por París en diciembre de 2015 me llamó la atención, aunque no me sorprendió, la cantidad de soldados fuertemente armados y los carteles del Frente Nacional. A medida que Francia se acerca al cambio constitucional para acomodar las demandas del Estado de emergencia que se ha declarado –con el apoyo de los principales partidos políticos– no hace falta ser politólogo para divisar la dirección de la marcha.

Está claro que Francia está a solo una o dos atrocidades terroristas de sus homólogos de la Unión Europea y las personas que orquestan tales atrocidades saben esto perfectamente. Saben también que la extrema derecha se hizo cada vez más fuerte en 2015 y busca utilizar la democracia para destruirla. De manera que cuando se materialice el siguiente espectáculo de horror, haríamos bien en pensar a quiénes sirven nuestras respuestas y actuar en consecuencia.

6. Luchando contra el fascismo en las calles

“Hay tantos nazis que he salido a pararlos”, dijo un adolescente en una manifestación antifascista este fin de semana. “Si ellos son tantos, nosotros tenemos que ser más.” Y así es.

Este artículo se preparó para el volumen “Outlook for 2016” del Transnational Institute.

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