Doble poder Forjar un movimiento para abolir el capital fósil y construir energías renovables públicas
El fracaso de la revolución de las energías limpias impulsada por el mercado para acabar con el uso de los combustibles fósiles o proporcionar un acceso equitativo a la energía requiere una doble estrategia: confrontar el capital de los combustibles fósiles y ampliar rápidamente las energías renovables públicas. La experiencia de los torneros de válvulas de Minnesota, la campaña de huelga Strike MoMA y el notable éxito de la campaña por las energías renovables públicas en Nueva York sirven de inspiración.

Illustration by Matt Rota©

Hacia la abolición del capital fósil
Se ha producido un cambio pronunciado en el movimiento climático desde el ocaso de la pandemia de COVID-19. El movimiento se centra cada vez más en la abolición del capital fósil. Cuando 75.000 personas se manifestaron en Nueva York antes de la Cumbre de las Naciones Unidas sobre la Ambición Climática en septiembre de 2023, una pancarta en la que se leía “Biden: acabemos con los combustibles fósiles” colgaba del podio de los oradores al final de la marcha. El éxito arrollador del libro de Andreas Malm Cómo dinamitar un oleoducto (2020) −que fue adaptado al cine en 2022− ejemplifica y ha contribuido a intensificar este giro del movimiento climático hacia una confrontación más radical e incluso insurreccional con el capital fósil.
Con este cambio estratégico ha llegado un creciente escrutinio crítico de las protestas masivas no violentas como las orquestadas por Extinction Rebellion (XR). La convicción principal de XR de que el movimiento solo necesita sacar a la calle el 3,5 % de la sociedad para producir un cambio político serio no ha reducido el poder político del capital fósil y la abundante capacidad de las sociedades capitalistas democráticas liberales para desactivar y resistir la protesta popular. En lugar de estos esfuerzos por intervenir en la sociedad llamando la atención de los medios de comunicación mediante manifestaciones masivas y detenciones frente a los grandes bancos, las sedes de las compañías petroleras y las oficinas de los periódicos, se ha producido un mayor interés por las estrategias militantes para cerrar oleoductos, refinerías y otras formas de infraestructura de combustibles fósiles.
Pero la estrategia de sabotaje fósil enfrenta enormes obstáculos. En primer lugar, está el problema de la represión. La protesta se ha vuelto muy difícil en los principales petro Estados del mundo. Por ejemplo, en Estados Unidos, el Estado ha perseguido duramente a los movimientos ecologistas orientados a la acción (así como a otros movimientos como Black Lives Matter (BLM)) durante los últimos treinta años. La categorización del Frente de Liberación de la Tierra como grupo ecoterrorista y su persecución por parte del FBI en la década de 1990 y principios de la del 2000 ejemplifican una historia de criminalización que supone un serio freno a los actos de sabotaje fósil. El enorme desequilibrio de poder resultante entre las pequeñas bandas de saboteadores de los combustibles fósiles y el vasto aparato coercitivo estadounidense hizo prácticamente imposible una acción eficaz. Y no es solo esta historia de represión la que puede disuadir los actos de sabotaje en la actualidad. Más de una docena de estados han aprobado leyes que criminalizan las protestas (Herr, 10 de febrero de 2022) contra los combustibles fósiles, y el Gobierno federal ha intensificado sus propias tácticas de vigilancia y penalización de los manifestantes. Los cargos por asociación ilícita presentados por el estado de Georgia contra los manifestantes del movimiento Defend the Atlanta Forest son un indicio de las medidas extremas que las autoridades están dispuestas a adoptar contra cualquiera que cuestione o interrumpa el capital fósil en Estados Unidos (Bruce y Shamsi, 21 de septiembre de 2023).
Además, aunque explote un oleoducto, las petroleras siempre pueden construir otro o simplemente poner el petróleo en trenes. Al fin y al cabo, una de las principales características del petróleo es su fluidez, que facilita su desplazamiento para evitar los esfuerzos por establecer puntos de estrangulamiento en los suministros y golpear al capital fósil (Mitchell, 2011). La oleosidad del petróleo fue, de hecho, una razón importante de su histórico ascenso a la preeminencia energética. Los saboteadores fósiles tendrían que ser numerosos y estar geográficamente dispersos para poder cerrar las muchas rutas diferentes por las que el petróleo puede fluir hasta el mercado en un país como Estados Unidos. Ciertamente ha habido algunos actos heroicos por parte de los llamados torneros de válvulas, como los Four Necessity Valve Turners, que fueron arrestados en 2019 mientras intentaban cerrar el oleoducto Enbridge Line 4 en Minnesota. Pero las filas de los torneros de válvulas no están ni cerca de ser suficientes para disminuir seriamente el flujo de combustibles fósiles. Sin duda, el miedo a las largas penas de prisión tiene mucho que ver con esto.
La defensa de la “necesidad” movilizada por los torneros de válvulas de Minnesota sugiere una posible estrategia a desarrollar y, lo que es igualmente importante, también popularizó el sabotaje fósil. En su juicio, el grupo argumentó que sus acciones eran necesarias y estaban legalmente justificadas en respuesta a la amenaza de un cambio climático catastrófico. Esto dependía de convencer al presidente del tribunal de que “permitiera al jurado considerar la defensa de ‘necesidad’”. Puede que no lo hiciera. De hecho, dado el abrumador número de jueces conservadores nombrados en los últimos años por la derecha alineada con los combustibles fósiles, parece temerario contar con una aceptación judicial generalizada de esta defensa.
Al igual que el movimiento de desinversión y otros esfuerzos por movilizar un número cada vez mayor de personas contra el capital fósil, esta estrategia enfrenta un problema básico: los combustibles fósiles siguen siendo bastante populares. No me refiero solo a los conductores de Harley Davidson, los entusiastas de las carreras de NASCAR y los trabajadores de los oleoductos. Los combustibles fósiles son fundamentales para el bienestar económico de muchos −incluso de la mayoría− de los habitantes de las principales naciones capitalistas. Como ha argumentado Andreas Malm, el capital fósil reorganizó la vida de la clase trabajadora: concentró la energía y el trabajo en las ciudades y maximizó así su control sobre ellas (Malm, 2016). La “compulsión muda” que el capital ejerce sobre los trabajadores se pone especialmente de manifiesto en la dependencia casi universal de los combustibles fósiles, que actualmente son la fuente no solo de puestos de trabajo, sino también de la mayor parte de la luz, la calefacción, los alimentos y la ropa.1
El estancamiento político resultante se manifiesta en la correlación directa entre el costo de los combustibles fósiles y el precio de otras mercancías. En el reciente brote inflacionario de Estados Unidos, por ejemplo, el 40 % del aumento de los precios en toda la economía se debió a la subida de los precios del petróleo y el gas (Leber, 12 de agosto de 2022). No se trata de una aberración: según el economista Mark Zandi, todas las recesiones desde la Segunda Guerra Mundial han estado precedidas de una subida de los precios del petróleo. Esto, por supuesto, sugiere que sería una gran idea abandonar el capitalismo fósil, no solo por el daño que los combustibles fósiles causan a las comunidades de primera línea en lugares como el “Callejón del Cáncer” de Luisiana, la franja de 135 km a lo largo del río Misisipi que alberga más de doscientas plantas petroquímicas y refinerías. La abolición de los combustibles fósiles acabará también con la lacra de la “fosilflación”. Pero eso es a largo plazo. A corto plazo, si disminuye el suministro de combustibles fósiles, aumenta la inflación y se encarecen la gasolina y los alimentos. Cuando esto ocurre, la gente sufre y a menudo echa a los políticos que considera responsables de su sufrimiento.
En otras palabras, la negativa de las élites políticas a enfrentarse al capital fósil no se debe simplemente a la corrupción política, aunque sin duda es un factor importante. La mayoría de los políticos no están dispuestos a correr el riesgo de provocar la inflación y las reacciones adversas de la población al frenar el suministro de combustibles fósiles. Las protestas de los chalecos amarillos en Francia son un ejemplo de esta dinámica. Y, al menos en Estados Unidos, la idea de aplicar impuestos más elevados a las empresas petroleras y a los ricos para subvencionar a todos los demás es un fracaso político. Esto explica las desesperadas exhortaciones de Biden a las refinerías de petróleo para que aumentaran la oferta cuando la inflación se disparó en 2022 (Saenz y Betsy, 15 de junio de 2022). También ayuda a explicar por qué tanto él como el expresidente Obama persiguieron una estrategia energética de “todo lo anterior”. La Ley de Recuperación de 2009 de Obama, que adjudicaba 90.000 millones de dólares en créditos fiscales federales, pretendía ayudar a impulsar los proyectos de energías renovables (Osaka, 1 de junio de 2020). Este acuerdo, conocido como “equidad fiscal”, ha sido criticado con razón, ya que permite a un puñado de grandes bancos que proporcionan dinero en efectivo a los promotores privados de energías renovables a cambio de créditos fiscales decidir qué proyectos se construyen y, en muchos casos, paralizar por completo el desarrollo de las energías renovables (Knuth, 2021). La Ley de Reducción de la Inflación de Biden mantiene este acuerdo corrupto, aunque también permite que la financiación fluya hacia autoridades públicas como la NYPA, un hecho que fue clave en la campaña para aprobar la BPRA en Nueva York. Sin embargo, junto con estas políticas de apoyo a las energías renovables, el gobierno de Obama casi duplicó las subvenciones a la exploración de petróleo y gas, a pesar de la promesa de 2009 de eliminarlas gradualmente (Leber, 11 de noviembre de 2014). El apoyo de Biden a la expansión tanto de las energías renovables como de los combustibles fósiles coincide con estas políticas anteriores aparentemente contradictorias. Como resultado, Estados Unidos va camino de convertirse en el país que más ampliará la extracción de petróleo y gas de aquí a 2050, lo que representa más de un tercio de la expansión mundial prevista Oil Change International, 2023).
La única forma de salir de este atolladero político, que está sumiendo al planeta en un caos climático cada vez más profundo, es intensificar y diversificar los esfuerzos para desmantelar la infraestructura fósil, junto con una expansión masivamente acelerada de las energías renovables. En cuanto a lo primero, necesitamos que prolifere no solo el movimiento de desinversión, sino también actos de disidencia creativa dirigidos contra la clase de los megadonantes y sus esfuerzos por utilizar las instituciones culturales para maquillar de verde su reputación. Un ejemplo de estas tácticas es la campaña Strike MoMA, dirigida contra las élites petroleras del consejo de administración del Museo de Arte Moderno (MoMA) mediante una serie de protestas semanales y actos educativos.2 Además de criticar −y finalmente desmantelar− a la oligarquía petrolera y su hegemonía cultural, tenemos que ampliar el movimiento por el poder público. Contrariamente a los mitos sobre la rápida transición energética a través del sector privado, el libre mercado y el inexorable abaratamiento de las energías renovables, la única forma de conseguir una energía rápida y justa es a través del poder público. En consecuencia, el control democrático del sistema energético es esencial para la liquidación del capital fósil.

Cómo ganamos el poder público en Nueva York
Hace unos años se hablaba mucho de que las empresas de combustibles fósiles invertirían a lo grande en energías renovables. El nuevo director ejecutivo de BP anunció, por ejemplo, que en 2020 la empresa reduciría la producción futura de combustibles fósiles en un 40 % y aumentaría su capacidad de generar electricidad a partir de fuentes renovables hasta cincuenta gigavatios (GW), es decir, veinte veces más (Bousso, 20 de septiembre de 2021). Hay motivos para ser escépticos sobre la durabilidad de estas inversiones, sobre todo desde que BP se rebautizó como Beyond Petroleum (Más allá del petróleo) en 2001, pero después eliminó sus programas de investigación sobre energía verde y los guardó en un archivo privado de la em- presa (Macalister, 16 de abril de 2015). Su conversión a las energías renovables en 2020 no iba a durar: cuando BP abandonó sus planes de reducir la producción de petróleo y gas a principios de 2023, el precio de sus acciones se disparó. No es la única. Según la Agencia Internacional de la Energía, en los últimos años las empresas de petróleo y gas han destinado menos del 5 % de sus inversiones a la producción y exploración de fuentes de energía de bajas emisiones (Bordoff, 7 de agosto de 2023).
Pero la inconstancia no es la única razón por la que la transición energética no debe dejarse en manos del capital fósil. Como ha demostrado Andreas Malm, gracias a la quema de combustibles fósiles el capital fósil pudo desvincular la producción de energía de fuentes naturales como el sol y el viento y, en consecuencia, concentrar a la clase trabajadora en fábricas urbanas, donde podía ser exprimida para obtener el máximo beneficio (Malm, 2016). Esta estrategia y la enorme energía generada por los combustibles fósiles produjeron una acumulación de capital sin parangón, pero también crearon una destrucción medioambiental catastrófica sin precedentes, incluidas las emisiones de carbono. Estas características opresivas no se disiparán simplemente si el capital fósil desplaza sus inversiones hacia las energías renovables. Como argumenta Tatjana Söding, el capital fósil está intrínsecamente comprometido con la explotación y la destrucción medioambiental:
Dado que el capital fósil, en la dinámica de su acumulación original, en primer lugar creó un espacio y un tiempo abstractos, en segundo lugar maximizó su control sobre la fuerza de trabajo global para permitir un grado de acumulación de capital (más) elevado y en tercer lugar creó la destrucción natural como un subproducto necesario, su transición a las energías renovables no debe entenderse como un alivio de estos subproductos intencionados (Söding, 20 de abril de 2023).
Söding sugiere que no debemos dejar la transición energética en manos de empresas de combustibles fósiles como BP, dado que se basan en una explotación profundamente destructiva de los trabajadores y el medio ambiente, así como en su orientación megalómana creada por el acceso a reservas prácticamente ilimitadas de energía fósil.
En los primeros meses de nuestra organización, la campaña Poder Público descubrió que las dinámicas destructivas que caracterizan a las grandes petroleras también son fundamentales para las empresas eléctricas con fines de lucro. PPNY comenzó a finales de 2019 con una campaña organizada por la filial de la agrupación Democratic Socialists of America (DSA) de la ciudad de Nueva York contra un aumento de las tarifas eléctricas propuesto por la empresa de servicios públicos con fines de lucro ConEd. Al igual que en otros estados de Estados Unidos, las tarifas que los consumidores pagan a las empresas de servicios públicos por la electricidad en Nueva York están reguladas por los organismos designados políticamente en la llamada Comisión de Servicios Públicos (PSC). Pero aunque se supone que la PSC debe mantener tarifas asequibles, los investigadores de la campaña descubrieron que ConEd ya cobraba las segundas tarifas residenciales más altas del país. Además, a pesar de obtener enormes ganancias, ConEd y las empresas de gas como National Grid amenazaban sistemáticamente con cortar el suministro a los clientes con bajos ingresos.
Y no se trataba solo de que la empresa se comportara de forma manifiestamente injusta. Los investigadores de Public Power descubrieron que National Grid y otras empresas con ánimo de lucro tienen un incentivo estructural para construir tanta infraestructura como sea posible para justificar el aumento de sus tarifas. Esto se debe a que las empresas de gas reciben las llamadas “subvenciones a la ampliación de líneas”, dinero recaudado de los consumidores de energía para pagar gasoductos adicionales. Este acuerdo significa esencialmente que las empresas con ánimo de lucro obligan a los ciudadanos comunes y corrientes a pagarles para asegurar las infraestructuras fósiles.
El carácter explotador y destructivo para el medio ambiente de este aspecto del capital fósil quedó aún más claro cuando nuestra campaña descubrió que ConEd paga 1,4 millones de dólares en cuotas anuales a asociaciones comerciales como el Edison Electric Institute y la American Gas Association, que ejercen presión para socavar las energías renovables, desregular el mercado energético y consolidar el poder de las empresas privadas de servicios públicos. Esta información y nuestro análisis de los incentivos estructurales que llevan a las empresas de servicios públicos con ánimo de lucro a construir infraestructuras fósiles dejaron claro a la campaña Public Power que solo una autoridad pública controlada democráticamen- te podría conseguir una transición energética rápida y justa.
El carácter racista del capital fósil quedó patente cuando la ciudad de Nueva York sufrió una ola de calor durante el verano posterior al inicio de la campaña contra la subida de tarifas. En medio de esta ola de calor, ConEd cortó el suministro eléctrico a las comunidades obreras de color de los barrios periféricos de la ciudad para proteger el suministro de las comunidades más ricas de la ciudad (Raskin, 23 de julio de 2019). Las comunidades de lugares como el este de Nueva York no solo suelen ser más pobres, sino que también tienen menos acceso a espacios verdes frescos y aire acondicionado, lo que contribuye a elevar las tasas de mortalidad relacionadas con el calor. Cortarles la luz fue un escalofriante ejemplo de la creación de “zonas de sacrificio” en comunidades racializadas. Tras estos incidentes, la campaña Public Power recorrió las zonas afectadas por los cortes de electricidad y celebró asambleas municipales por toda la ciudad, explicando que la lucha por un poder controlado democráticamente era la solución a las inasequibles tarifas eléctricas y a la injusticia de los cortes de electricidad.
Una de las grandes cuestiones a las que se enfrentaba la campaña Public Power era cómo crear una alternativa a las empresas con ánimo de lucro. Después de todo, empresas como ConEd, que han existido de una forma u otra desde la construcción de la red moderna, ejercen un inmenso poder económico y político. Afortunadamente, en el estado de Nueva York existe una fuente alternativa de energía: la Autoridad de Energía de Nueva York (NYPA). Creada durante la Gran Depresión, la NYPA fue concebida por el entonces gobernador Franklin Delano Roosevelt como una alternativa pública a los precios abusivos de las empresas privadas de la época. Aunque la NYPA genera aproximadamente el 20 % de la energía limpia del estado a través de sus centrales hidroeléctricas en los Grandes Lagos, su capacidad para construir nuevas energías renovables estaba limitada por ley antes de la aprobación de la BPRA. Nuestra investigación sobre la NYPA nos convenció de que la autoridad podía construir proyectos de energía renovable más baratos, más rápidos y más eficientes que el sector con ánimo de lucro. A diferencia de las empresas energéticas con ánimo de lucro, por ejemplo, la NYPA no está obligada a generar ganancias astronómicas para los inversores. Además, gracias a su elevada calificación crediticia, la NYPA puede pedir préstamos para financiar proyectos a tasas de interés muy bajas. Esto significa que no tiene que subir las tarifas de los servicios públicos para construir infraestructuras, como hacen las empresas de servicios públicos propiedad de inversores. El desarrollo de energías renovables dirigido por la NYPA podría evitar que se intensifique la pobreza energética para cuya solución se lanzó inicialmente nuestra campaña.
Los organizadores, con experiencia en la lucha por la democracia energética en Nueva York, se dieron cuenta de que la campaña Public Power tenía que trabajar a escala estatal para conseguir la legislación necesaria a fin de otorgar a la NYPA el mandato de construir nuevas energías renovables. La campaña decidió organizar un amplio movimiento popular a favor del poder público y trabajar con socialistas y otros aliados dentro de la legislatura estatal para impulsar la BPRA. Formamos la coalición estatal por el poder público a finales de 2019, reuniendo a activistas de la democracia energética, grupos de justicia medioambiental y organizaciones climáticas como Sunrise Movement. A principios de 2020, comenzamos el proceso de colaboración para investigar de qué modo la legislación de energía pública podía satisfacer diversas necesidades en todo el estado y también comenzamos una serie estatal de eventos públicos Energía 101 para educar a las personas sobre la injusticia y el pésimo rendimiento del sistema de servicios públicos con fines de lucro. Durante la pandemia, nuestras victorias demostraron que Public Power era una fuerza a tener en cuenta: organizamos con éxito una moratoria del corte de electricidad y la condonación de la deuda de las empresas de servicios públicos para las comunidades duramente afectadas por la COVID-19.
Luchamos mucho por la BPRA, pero vimos cómo languidecía en los comités legislativos durante dos años consecutivos. Esto nos demostró que teníamos que seguir ejerciendo presión pública. Organizamos manifestaciones, incluida una concentración en la que denunciamos a los legisladores que recibían dinero de las empresas de servicios públicos y −no por casualidad− se oponían a la BPRA. Nuestra campaña electoral organizó a legisladores clave, que luego ayudaron a organizar a personas menos progresistas políticamente en la legislatura para que respaldaran la BPRA. También emprendimos una acción directa, en la que personas que exigían energía pública se encerraron en una cadena humana a través de Broadway, en el centro de Manhattan, cerca de las oficinas de legisladores estatales clave.
Un aspecto fundamental para conseguir el poder político necesario para aprobar la BPRA fue ganarse a los trabajadores organizados. Aunque la clase trabajadora en general se beneficia del control democrático de los medios de producción de energía, los trabajadores no son un grupo homogéneo en torno a la transición energética. De hecho, contrariamente a los argumentos de Matt Huber sobre la lucha de clases unificada contra los motores capitalistas de la crisis climática, nos encontramos con que algunos sindicatos rechazaron inicialmente nuestros llamamientos a unirse a la campaña por la energía pública, mientras que otros se sumaron con entusiasmo (Huber, 2022). El apoyo inicial de mi propio sindicato, el Congreso de Funcionarios Profesionales de la Universidad de la Ciudad de Nueva York, redundó en el respaldo del Sindicato de Profesores del Estado de Nueva York (NYSUT) y de otros sindicatos del sector servicios, como el 1199SEIU. Ganarse a los sindicatos requirió un trabajo adicional, dado el escepticismo de los trabajadores de estos sectores con respecto a la industria (en gran parte privada) de las energías renovables en Estados Unidos, que es notoriamente antisindical. Para dar respuesta a estas preocupaciones, trabajamos con la AFL-CIO para incorporar a la BPRA un lenguaje laboral de referencia que incluyera disposiciones sobre el salario predominante y los acuerdos laborales de proyecto, un memorando de entendimiento sobre la transición laboral y veinticinco millones de dólares anuales para financiar una Oficina de Transición Justa que supervisara la reconversión profesional de los trabajadores del sector de las energías renovables.
La versión final de la BPRA que se aprobó en mayo de 2023 incluía la mayoría de las disposiciones clave por las que habíamos luchado durante tanto tiempo. La NYPA recibió, por fin, el mandato de construir, poseer y explotar proyectos de energías renovables. Cada año, la NYPA debe llevar a cabo una revisión para determinar si el estado está en camino de alcanzar el 70 % de energía renovable para 2030 y el 100 % para 2040, de acuerdo con los mandatos estatales. Si no es así, la NYPA debe intervenir para construir energía suficiente para compensar la diferencia. La BPRA también exige a la NYPA que elimine gradualmente sus centrales eléctricas de combustibles fósiles −incluidas las centrales sucias de respaldo (centrales eléctricas de reserva que se encienden cuando hay picos de electricidad) situadas predominantemente en comunidades de color− para 2030, y que suministre y entregue únicamente energía renovable a los clientes. Estas centrales están inoperativas la mayor parte del tiempo y solo funcionan en momentos de máxima demanda, por lo que están exentas de la mayoría de las normativas medioambientales. El cierre de estas centrales contaminantes es una de las principales victorias de nuestra campaña. La ley BPRA también exige a la NYPA que establezca un programa que permita a los consumidores de electricidad con ingresos bajos y moderados recibir créditos en sus facturas mensuales por cualquier energía renovable producida por la NYPA. Por último, la BPRA incluye todo el lenguaje favorable a los trabajadores que la campaña Public Power elaboró en colaboración con aliados sindicales.
Ahora que hemos conseguido este mandato, debemos seguir luchando por una aplicación adecuada de la BPRA. La situación es difícil. Como legado de la larga historia de lucha del capital fósil contra la transición energética, el estado de Nueva York tendrá que añadir 2,5 GW al año durante los próximos ocho años para cumplir los objetivos climáticos del 70 % de energía renovable para 2030 (DiNapoli, 2023). Para ponerlo en perspectiva, el estado solo ha añadido 12,9 GW de energía en general (tanto fósil como renovable) en los últimos veinte años, o aproximadamente 0,645 GW al año. Este fuerte aumento es solo para descarbonizar la red energética. Para generar energía suficiente para alimentar una flota de vehículos eléctricos y descarbonizar la calefacción y refrigeración de los edificios y la industria, debemos triplicar aproximadamente la cantidad actual de generación de energía.
Los activistas de Public Power NY eran muy conscientes de la necesidad de promover la eficiencia energética. La expansión de la producción de energía −incluso si es renovable− ya está teniendo muchos efectos perjudiciales para el medio ambiente, como, por ejemplo, la minería en países de renta baja como Bolivia. Aunque la campaña era consciente de la necesidad de promover la eficiencia energética, no incluimos medidas de este tipo en la BPRA debido a la necesidad de centrar la legislación en un tema y a que el estado ya contaba con una legislación sobre eficiencia energética que marcaba tendencia. La Ley Local 97 de la ciudad de Nueva York, aprobada en 2019, obliga a reducir las emisiones en un 40 % en los edificios más grandes de la ciudad para 2030 y hasta en un 80 % para 2040 (Maldonado, 7 de octubre de 2022).
Llevar a cabo el desarrollo rápido y a gran escala de energía renovable ordenado por la Ley del Clima de 2019 de una manera democrática y justa será un desafío enorme. Afortunadamente, la BPRA estableció un proceso de planificación estratégica a través del cual se dirige a NYPA para determinar dónde, cuándo y cómo construye energía renovable. Aunque no logramos todas nuestras demandas de democratización de la NYPA, este proceso de planificación estratégica es un lugar para la aportación sustancial de la comunidad, ya que la autoridad está obligada a consultar con expertos en clima y resiliencia, organizaciones laborales, defensores de los contribuyentes residenciales y de pequeñas empresas, y comunidades de justicia ambiental, entre otros, a medida que elabora sus planes estratégicos. Para garantizar que la NYPA cumpla fielmente este mandato de compromiso con la comunidad, actualmente estoy organizando un Observatorio de la Energía Pública que supervisará el trabajo de la autoridad, documentará su historia y participará en diversas formas de divulgación pública creativa en relación con la transición energética.

Construir un movimiento mundial por el poder público
La victoria de nuestra campaña Public Power no será muy significativa, en última instancia, si no contribuye a inspirar campañas exitosas por la democracia energética más allá de Nueva York. Solo una de cada diez personas en EE. UU. obtiene su energía de una autoridad pública y muchas de estas empresas, vestigios del impulso de la era del New Deal para la electrificación universal, son rehenes de las fuerzas conservadoras con grandes inversiones en combustibles fósiles (Bruggers, 28 de febrero de 2021). En 2022, las energías renovables solo representaban alrededor del 13 % del consumo total de energía primaria y el 21,5 % de la generación total de electricidad a escala comercial en Estados Unidos (U. S. Energy Information Administration, 2023). Los esfuerzos de un estado por abandonar los combustibles fósiles, por heroicos que sean, no modificarán significativamente estos promedios globales. Dicho de otro modo, no se puede construir el ecosocialismo en un solo estado. La red eléctrica está repartida por todo el país en tres grandes segmentos y los requisitos técnicos de las energías renovables dictan una mayor integración en la red en lugar de una mayor autonomía local. Y, por supuesto, los desastres climáticos provocados por los combustibles fósiles no se detienen en las fronteras estatales o nacionales. Solo extendiendo el poder público más allá del estado de Nueva York conseguiremos la rápida transición energética necesaria para evitar la catástrofe climática.
Afortunadamente, la victoria de Public Power NY está inspirando a otros movimientos en todo el país. Aunque la campaña Nationalize Grid en Rhode Island, que ayudó a inspirar nuestro trabajo en Nueva York, ha perdido fuerza, la idea del poder público se está extendiendo a otros estados. En noviembre de 2023, Maine celebró un referéndum público sobre la creación de una empresa pública, Pine Tree Power. Actualmente, los residentes de Maine obtienen su electricidad de Central Maine Power, una empresa con ánimo de lucro de la gigante energética española Iberdrola, entre cuyos principales accionistas se encuentran potencias capitalistas fósiles como Qatar y Noruega, así como Blackrock, la enorme empresa de inversiones que se ha negado a desinvertir las dotaciones y fondos de pensiones que controla de los combustibles fósiles (Kerber, 17 de febrero de 2022).
La lucha por la energía pública en Maine no se limita a su control local, sino que también gira en torno a la lucha contra la pobreza energética, la reparación de la maltrecha red en un estado con el mayor número de apagones del país y la consolidación de los derechos, salarios y prestaciones de los trabajadores. La batalla en torno al referéndum de Pine Tree Power se convirtió en un plebiscito popular sobre el sistema de las empresas de servicios públicos con ánimo de lucro que está fracasando, un modelo tan antiguo como la red eléctrica moderna. Los grupos fachada de Central Maine Power, como Maine Affordable Energy, invirtieron cuarenta millones de dólares en las elecciones para engañar a los contribuyentes de Maine y hacerles creer que el control corporativo de la red es beneficioso para ellos, a pesar de que las empresas de servicios públicos propiedad de los consumidores que existen en el estado ya tienen tarifas un 50 % más bajas que las de las empresas con ánimo de lucro (Pine Tree Power, 14 de septiembre de 2023). Al final, ganó el dinero de las empresas y el referéndum para crear Pine Tree Power fue rechazado.
¿Cuál es el futuro de las campañas por el poder público en Maine y en otras partes de Estados Unidos? Los defensores del poder público no podemos permitir que la derrota del referéndum paralice nuestro trabajo. La campaña reunió a defensores de Public Power de todo el país para fomentar la solidaridad y aprender del trabajo de los demás. Esta campaña consiguió una importante victoria con la aprobación de otro punto del referéndum que prohíbe a las organizaciones extranjeras propiedad de gobiernos (como Iberdrola y Versant), gastar dinero en futuras elecciones para referéndums estatales (Budion, 8 de noviembre de 2023). Esto significa que cuando se celebre otro referéndum en Maine, las probabilidades ya no estarán tan en contra del poder público.
Otras derrotas aparentes también han favorecido la lucha por la energía pública. En 2011, por ejemplo, la ciudad de Boulder, en Colorado, inició una adquisición pública de su empresa eléctrica con ánimo de lucro, Xcel Energy. Tras una década de feroz oposición por parte de Xcel, los votantes de la ciudad decidieron poner fin al proceso (Sakas, 20 de noviembre de 2020). Sin embargo, a pesar de esta derrota, la campaña ayudó a la ciudad a obtener importantes concesiones de Xcel, incluido el compromiso de reducir sustancial- mente las emisiones de gases de efecto invernadero.
También conviene recordar que la Autoridad de Energía de Nueva York se creó tras decenios de lucha por el poder público en Estados Unidos y en todo el mundo. Su creación coincidió con otras victorias, como la creación de la Tennessee Valley Authority (TVA) en 1933. Las campañas actuales pueden inspirarse en los poderosos movimientos de masas que ayudaron a conseguir el apoyo de los legisladores para la creación de autoridades como la NYPA y la TVA.
Mientras luchamos por el poder público en todo Estados Unidos, debemos recordar que esta campaña no puede detenerse en las fronteras nacionales. Necesitamos construir un movimiento mundial por el poder público. Esto significa que nuestro trabajo para transformar la NYPA no debe limitarse a garantizar que la autoridad genere cantidades adecuadas de energía renovable. También tenemos que trabajar para establecer asociaciones público-públicas (APP), en las que una empresa pública como la NYPA pueda apoyar campañas y autoridades de energía pública en otros países. El desarrollo de estas APP debe ser una de las prioridades futuras de nuestra campaña.
El capital fósil crea desigualdades a nivel mundial al extraer recursos de zonas de sacrificio para beneficiar a élites situadas lejos de la carnicería. Ganar el control obrero de la transición a la energía renovable en las naciones capitalistas centrales por sí solo dejaría intacto un sistema mundial de imperialismo energético. Por ejemplo, como establece el reciente documento de posición Reclaim and Restore de Trade Unions for Energy Democracy, el modelo de privatización de los servicios públicos impuesto por organizaciones dominadas por Estados Unidos y la UE, como el Banco Mundial, en las regiones menos desarrolladas del mundo, como los países del África subsahariana, es un fracaso absoluto: después de treinta años de reformas a favor del mercado, un número creciente de personas carecen de acceso a la electricidad en muchos países africanos (Sweeney, 2023). En lugar del modelo fracasado de dar dinero público a empresas energéticas con ánimo de lucro, los países de África y del resto del mundo necesitan aquello por lo que hemos luchado en Nueva York: servicios públicos de electricidad verdaderamente democráticos, financiación pública y plena propiedad pública de la energía con bajas emisiones de carbono.
Bibliografía
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