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El Informe Mundial sobre las Drogas 2008 de la ONU intenta ocultar los fracasos de las políticas de fiscalización de estupefacientes con una mala lección de historia. En lugar de reconocer claramente que, diez años después, los objetivos de la UNGASS no se han cumplido, decide ofrecer un relato de cien años de éxitos, inventándose comparaciones entre la producción actual de opio con su producción y consumo en la China de principios del siglo XX
El mundo de nuestros días no está más cerca alcanzar los objetivos que la Sesión Especial de la Asamblea General de las Naciones Unidas (UNGASS) sobre drogas, celebrada en 1998, se marcó para cumplir en un período de diez años: “eliminar o reducir considerablemente el cultivo ilícito del arbusto de coca, la planta de cannabis y la adormidera para el año 2008”. Al contrario, la producción mundial de opiáceos y cocaína ha aumentado notablemente durante la última década. Según datos de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDD), la producción global de opio ilícito se duplicó de las 4.346 toneladas en 1998 a las 8.800 toneladas en 2007. Este auge se debe principalmente al tremendo incremento de la producción de opio en Afganistán. Se calcula que la producción mundial de cocaína ha aumentado de 825 toneladas en 1998 a 994 en 2007, lo cual representaría un incremento del 20%.
Diez años de fracaso
Durante la última década, el sistema de fiscalización internacional de drogas ha puesto su acento en la erradicación de cultivos ilícitos, antes de establecer medios de vida alternativos. Cientos de miles de campesinos se han visto condenados a la pobreza y privados de una vida digna. En varios países productores clave, la erradicación de cultivos ha exacerbado la violencia de los conflictos en lugar de contribuir a su resolución.
En 2007, Afganistán estaba produciendo unas 8.200 toneladas de opio, es decir, el 93% de la producción mundial. Estos niveles récord de producción han desembocado en actividades más agresivas para la erradicación forzosa de campos de opio. Además de provocar un inmenso sufrimiento a las comunidades locales, estas campañas han desempeñado un importante papel en la creciente inseguridad que se vive en el país.
En Colombia, toda una década de fumigación indiscriminada de las cosechas de coca no ha servido para reducir su cultivo, y ha desencadenado en cambio un círculo vicioso de destrucción humana, social y ecológica, desplazamientos y violaciones de los derechos humanos que ha alimentado en última instancia el largo conflicto civil del país.
La producción de opio en el Triángulo de Oro (Birmania, Tailandia y Laos) –en su día el principal productor del mundo– se ha reducido de las 1.435 toneladas métricas en 1998 a las 472 toneladas métricas en 2007, que equivaldría al 5% de la producción global. Pero los que están pagando el precio de esta tendencia son los campesinos del opio, que necesitan los ingresos conseguidos con esta planta para comprar alimentos y medicinas.
Puntos clave
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