El autoritarismo europeo en jaque Organización de base, acción colectiva y democracia participativa durante la crisis de la eurozona

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Las instituciones y los Gobiernos de la UE respondieron a la crisis de la eurozona con una mezcla de austeridad y autoritarismo que exacerbó la precariedad y menoscabó la democracia liberal. Sin embargo, un estudio de los movimientos sociales pone de manifiesto que esta despolitización tecnocrática solo triunfó en parte, ya que la exclusión creciente de las personas de los espacios de toma democrática de decisiones también generó nuevas formas de organización que han abierto posibles vías para un cambio social radical.

El autoritarismo europeo en jaque

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  • Nikolai Huke
  • David Bailey
  • Mònica Clua-Losada
  • Julia Lux
  • Olatz Ribera Almandoz

Muchos investigadores críticos han analizado la reciente coyuntura de la Unión Europea (UE) y sus Estados miembros como una calle de sentido único hacia el autoritarismo. Sostienen que la gestión de la crisis europea y las presiones disciplinarias derivadas del capitalismo global han restringido el espacio de las decisiones democráticas e incrementado de manera significativa las tendencias que apuntan a la erosión de la democracia liberal. Basándonos en la experiencia de activistas[1] (y en un intento de evitar la ‘melancolía de la izquierda’ que caracteriza algunos análisis críticos), en este texto intentamos ofrecer una visión más matizada.

Nuestra intención es argumentar que las experiencias de los y las activistas durante la crisis europea han puesto de relieve la naturaleza cada vez más excluyente de las instituciones, los procedimientos y las limitaciones de la democracia liberal bajo el capitalismo. Además, nos han permitido identificar nuevas —aunque frágiles— formas de organización social que han desafiado este creciente autoritarismo. En particular, la organización de base que se ha movilizado en torno a los problemas sociales cotidianos, junto con los esfuerzos por conseguir la autoayuda colectiva, las solidaridades inclusivas y la feminización de la política —además de formas nuevas y en primera persona de democracia participativa (democracia presentista) más allá de las instituciones del Estado—, han conseguido perturbar y alterar las nuevas formas de gobernanza autoritaria.

Para terminar, llegamos a la conclusión de que el giro político hacia el autoritarismo no solo no sojuzga a los movimientos contrarios, sino que puede —al menos durante un tiempo— producir “un verdadero estallido de demandas democráticas”.[2] Por lo tanto, la tendencia hacia el autoritarismo en la UE genera contracorrientes que la cuestionan y le plantan cara.

La democracia en el marco del neoliberalismo autoritario

Estamos luchando contra… Gobiernos sellados herméticamente que no responden a razones. Tienen su propio proyecto y no lo concilian con el de la ciudadanía. [3]

En el ámbito de las ciencias sociales, numerosos conceptos y debates han tratado de captar lo que se considera una erosión o un agotamiento de la democracia en los últimos años. Entre ellos, cabe citar referencias a cierta fachada y a democracias simuladas o zombis y posdemocracias. Por ejemplo, Ian Bruff se refiere al “auge del neoliberalismo autoritario”.[4] Afirma que el autoritarismo no solo entraña el ejercicio de la fuerza bruta y coercitiva, sino que también reconfigura el Estado y el poder institucional para aislar ciertas políticas y prácticas institucionales de la disidencia social y política.[5] En la actualidad, identifica tres aspectos de esta reconfiguración:
 

  1. Las circunstancias materiales son la preocupación principal —si no la única— de la actividad del Estado. Esto puede utilizarse como excusa de la incapacidad del Estado para revertir procesos como el incremento de la desigualdad y eñ desplazamiento socioeconómicos.
  2. El espacio y las actividades considerados apropiados para las instituciones no mercantiles se redefinen y a menudo se limitan de modo integral y duradero.
  3. El Estado se reconceptualiza como un ente cada vez menos democrático, debido a su subordinación a las normas constitucionales y legales.[6]

Sometidos a las exigencias del capital global, los Gobiernos de toda la UE han buscado escudarse frente a las demandas de sus respectivas poblaciones, en parte en un intento de invisibilizar el conflicto social y evitar una crisis de legitimidad. En la UE, ello ha supuesto, entre otras cosas, que se adopten restricciones basadas en normas que circunscriben el espacio de maniobra de los (futuros) políticos. De hecho, los tratados e instituciones supranacionales han actuado históricamente para blindar una combinación de austeridad y autoritarismo, de manera que funcionan como una nueva forma de constitucionalismo.[7] El mismo propósito de la integración europea ha conllevado “medidas para contener políticamente los desafíos al proyecto neoliberal disciplinario mediante la absorción, la domesticación, la neutralización y la despolitización de la oposición”.[8] Entre los elementos principales de este constitucionalismo, se encuentran bancos centrales independientes y restricciones macroeconómicas (con relación a la deuda), consagrados en acuerdos como el Pacto de Estabilidad y Crecimiento de la Unión Monetaria Europea (UME).

La crisis de la eurozona ha sido testigo de un mayor endurecimiento de lo que podríamos considerar el conjunto europeo de aparatos de Estado. Las democracias han llegado a ser aún menos sensibles, en gran medida para cumplir las demandas del capital. Iniciativas como el Pacto de Estabilidad y Crecimiento se han ajustado de forma que aseguren una serie de resultados procíclicos en materia de políticas.

Este hecho se puso especialmente de manifiesto en la periferia sur de la UE, con políticas como el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (FEEF), el Mecanismo Europeo de Estabilidad Financiera (MESF) y, después, el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE), junto con el Semestre Europeo, el conjunto de medidas legislativas de la UE sobre el gobierno económico (el paquete de seis medidas y el de dos), el acuerdo en torno al llamado ‘Pacto por el Euro Plus’ y el Pacto Presupuestario; todo ellos condicionaban de manera importante la austeridad y la competitividad neoliberal. El nuevo diseño institucional de la UE, caracterizado por un déficit democrático, el neoliberalismo constitucionalizado y las restricciones económicas del euro han intentado, por tanto, aislar a las instituciones de la UE de todo tipo de presión popular.

La subordinación de la deliberación parlamentaria a los mercados financieros se evidenció con especial fuerza cuando la canciller alemana, Angela Merkel, afirmó en una conferencia de prensa con el entonces primer ministro de Portugal, Pedro Passos Coelho (2011 a 2015):

Encontraremos la manera de moldear la participación parlamentaria de modo que esté en sintonía con los mercados; es decir, que las señales se generen en los mercados… En Europa, aunque seamos varios países, debemos encontrar una forma de hacer lo correcto.[9]

Esto refleja la observación de Colin Leys de que “las clases gobernantes encuentran cada vez más difícil resolver la tensión entre las exigencias del capital global y los intereses de la población cuyos votos necesitan para mantenerse en el poder”.[10] El endurecimiento autoritario de las instituciones del Estado y el vaciamiento de la democracia tienen efectos perjudiciales sobre las condiciones cotidianas de la vida y sobre las posibilidades de expresar las preocupaciones (y demandas) dentro de la democracia representativa. “La democracia constitucional y sus instituciones”, manifiesta un activista español, tienden a “convertirse en las antípodas… de los movimientos sociales, porque cercenan la protección de las personas más pobres y las capas más empobrecidas de nuestra población”.

Grecia vota ‘no’ en el referendo pero es ignorada.

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Grecia vota ‘no’ en el referendo pero es ignorada.

El contexto posterior a 2008 ha sido testigo de la búsqueda pertinaz por parte de los Estados miembros de la UE de reducir el coste, el alcance y la escala de las prestaciones sociales. Esto supone, entre otras cosas, una menor cobertura social, una mayor condicionalidad de las prestaciones y una erosión de las prestaciones universales. En palabras de Bieling, asistimos a “ciclo vicioso de recortes públicos, un estancamiento económico prolongado o incluso recesión, menos ingresos fiscales y mayor deuda pública”; todo esto se ha traducido en “un desmantelamiento acelerado del modelo social europeo y el menoscabo de la cohesión social”.[11]

Las cinco tendencias que se enumeran a continuación fueron especialmente frecuentes. En primer lugar, el deterioro del empleo en el sector público, con sueldos reducidos o congelados, recortes en el número de empleados o la no contratación de nuevo personal, lo que, a su vez, provocó una mayor dependencia del suministro del sector privado a causa de un empeoramiento asociado en la calidad de los servicios públicos. En segundo lugar, la reducción del gasto en el Estado de bienestar se centró sistemáticamente en las pensiones, ya que la jubilación anticipada se limitó o abolió, la edad de jubilación se retrasó y se redujo el pago de las pensiones. En tercer lugar, los sistemas de salud fueron objeto de una reducción en el gasto, medidas de contención de costes, privatizaciones selectivas (como más copagos o la externalización de personal) y —en algunos casos— la exclusión de grupos que antes gozaban de cobertura, como los migrantes ilegalizados en el Estado español. Las medidas fiscales de austeridad condujeron también a una mayor sobrecarga del sector público en cuanto a su capacidad para proporcionar servicios. Por ejemplo, el acceso a los cuidados sanitarios se hizo cada vez más difícil, lo cual dio lugar a un aumento del índice de brotes de enfermedades infecciosas. En cuarto lugar, se redujeron las prestaciones por desempleo, mientras se despedazaban los derechos laborales. Además, los sindicatos se vieron aún más debilitados por los ataques contra las instituciones encargadas de la negociación salarial, sobre todo a través de la descentralización, el rechazo de los principios de la universalidad y las presiones sobre los sueldos fijados por el Estado (por ejemplo, el salario mínimo y los salarios del sector público). Por último, el acceso a las medidas universales de protección social, como los programas de renta mínima, se limitó y se invirtió menos dinero en los programas de inclusión social.

El resultado —tanto de la crisis económica como de los recortes al bienestar— fue un deterioro de las condiciones de vida en toda la UE. La gestión de la crisis se llevó a cabo “a expensas del nivel de vida, del bienestar y de los puestos de trabajo de las personas de a pie”.[12] Sin embargo, el grado del desgaste en la calidad de la vida social varió según los distintos sectores sociales, incrementando la desigualdad y excaerbando la polarización social. En consecuencia, “la movilización social ha sido bastante desigual en Europa. La coordinación paneuropea de sindicatos y movimientos de izquierda es, en el mejor de los casos, muy débil, y la solidaridad paneuropea de la clase trabajadora suele estar ausente”.[13]

Para muchos hogares, la crisis se tradujo en ingresos cada vez más precarios. En un contexto de pérdida generalizada de puestos de trabajo, cierre de negocios, desempleo, menos derechos laborales y sindicales, un aumento del trabajo precario (sobre todo en la forma de más contratos flexibles y de corta duración), menor cobertura en la negociación colectiva y una falta crónica de empleo estable, se hizo cada vez más difícil conseguir un nivel de vida seguro mediante el trabajo remunerado. Al mismo tiempo, los recortes en la seguridad social y el pago de pensiones dieron lugar a que las prestaciones sociales ya no bastaran para garantizar una renta familiar, de forma que la deuda de los hogares alcanzó niveles insostenibles. En consecuencia, los hogares afectados tuvieron que adaptar sus rutinas diarias y proyectos vitales a condiciones más precarias. En algunos casos, algunas personas y hogares no tuvieron otra salida que depender de redes privadas de solidaridad para compensar la falta de seguridad social.

De esta manera, la crisis tensó las redes de solidaridad basadas en la familia, que habían desempeñado un papel importante a la hora de garantizar un nivel de seguridad social para las personas corrientes, sobre todo en el sur de Europa. La seguridad social individual se hizo cada vez más precaria para muchos sectores de la población, tensando aun más las relaciones personales y familiares. El descenso de la renta de los hogares limitó el acceso tanto a la propiedad privada de viviendas (por medio de hipotecas) como al alquiler de vivienda. Por ejemplo, en el Estado español, cada vez es mayor el número de hogares que depende de prestaciones, además de los que no tienen ningún ingreso. Las tasas de pobreza aumentaron, en especial entre grupos ya vulnerables antes de las crisis —como los hogares monoparentales, las familias con hijos e hijas menores, o las personas migrantes—, provocando cientos de miles de desahucios y el incremento correspondiente de personas sin hogar y desigualdad habitacional.

Los intentos de protestar contra estas tendencias —o de que se abordaran desde las instituciones de la democracia representativa— se hicieron cada vez más difíciles. La esfera pública sirvió de barrera protectora contra la irrupción de estos agravios por medio, al menos, de tres mecanismos.

En primer lugar, los problemas sociales se presentaron como si fueran un fracaso de la responsabilidad individual. Las consecuencias de las leyes antisociales —como el desempleo, la pobreza o los desahucios—, se enmarcaron en un primer momento como fracasos personales, en vez de como problemas políticos. “Emocionalmente, me sentí como si me hubiera caído una bomba encima”, recuerda un activista de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) en el Estado español. “Me sentía solo, asustado, avergonzado, frustrado… Si eres corrupto, puedes ser un héroe; pero si no pagas la hipoteca, te conviertes en un desastre, un fracasado. Y los amigos y vecinos empiezan a alejarse de ti, no saben qué decirte, cómo tratarte.”[14]

En segundo lugar, se marginaron los discursos que cuestionaban el neoliberalismo disciplinario, mientras Gobiernos y partidos políticos tendían a adaptar sus programas políticos a opciones ‘realistas’; es decir, opciones dentro de los confines del neoliberalismo disciplinario y el nuevo constitucionalismo. Las agendas políticas alternativas que apuntaban más allá de estas dinámicas se consideraron cada vez más irresponsables y un “tema para las facultades de Filosofía”[15] en vez de una contribución importante a los debates políticos.

En tercer lugar, varios Gobiernos europeos han impuesto recientemente medidas que restringen la libertad de expresión, al limitar las protestas públicas o las acciones sindicales, como el estado de emergencia en Francia, las reformas antiliberales en Hungría y Polonia, o la restrictiva ley de seguridad pública en el Estado español (conocida como ‘ley mordaza’).

Sin embargo, este giro hacia la despolitización tecnocrática solo ha tenido éxito en parte, puesto que la creciente exclusión de la demos en la toma de decisiones democráticas ha provocado la ira de las personas que sienten que “no luchamos solo contra nuestros empleadores, sino también contra los Gobiernos, que en vez de apoyar a las personas trabajadoras, han apoyado a la empresa desde el principio”.[16] En cambio, observamos formas originales de organizar subjetividades resistentes desde abajo que —aunque de naturaleza aparentemente frágil y temporal— han abierto posibles vías para un cambio social radical. Como las instituciones del Estado “no querían escuchar nuestras preocupaciones y quejas”[17] y no podían o no querían actuar de manera representativa, el descontento y el desapego con respecto a las instituciones formales se han manifestado fuera de los confines cada vez más estrechos de la democracia representativa.

Solidaridades excluyentes y populismo autoritario antidemocrático

‘Las élites desconectadas de la gente’, pancarta de protesta en las manifestaciones de  ‘Nuit debout’, en Francia.

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‘Las élites desconectadas de la gente’, pancarta de protesta en las manifestaciones de ‘Nuit debout’, en Francia.

Esta mezcla de neoliberalismo disciplinario, instituciones estatales insensibles, condiciones de vida cotidiana cada vez más precarias y ausencia de cauces válidos de representación política dio lugar a un aumento importante de la inestabilidad política. Una consecuencia de esta mayor exclusión política ha sido el auge de discursos populistas, que enfrentan a ‘el pueblo’ contra ‘las élites’. Incluso antes de la crisis europea, los movimientos populistas ya habían consternado a gran parte de la élite política dominante en las democracias contemporáneas. Aprovecharon en gran medida la crítica que acusa a la misma élite de servir a sus propios intereses, de ser insensible y de no escuchar al ‘pueblo’, formado por trabajadores ‘desafectos y desencantados’ abandonados por la fase neoliberal del capitalismo. De la misma manera, la tendencia observada en los últimos 30 años de alejamiento de las formas ‘convencionales’ de participación política y acercamiento a las formas ‘no convencionales’ (o ‘innovadoras’) reside a menudo en la preocupación de que los cauces formales de representación política no permiten que se expresen y/o escuchen las opiniones diversas.

Así pues, el recorte del bienestar y la austeridad condujeron, en cierto modo, a una desafección y abatimiento crecientes. Las tasas de depresión, trastornos de ansiedad y suicidios han subido de manera significativa en algunos Estados miembros. Pero existe también otra desafección en forma de euroescepticismo y crítica hacia la UE, y un sentimiento cada vez más generalizado de que “la UE no solo no proporciona prosperidad a sus ciudadanos y ciudadanas, sino que utiliza procedimientos de toma de decisiones opacos y por los que no responde nadie’.[18] Además, aunque la crisis de legitimidad de la UE se ha asociado en ocasiones con movimientos y demandas emancipatorios (ver más abajo), ha brindado también el potencial para la aparición y el florecimiento del populismo de derechas. Como evidencia el auge del UKIP (Partido de la Independencia del Reino Unido) antes del voto del brexit, han surgido también distintas formas de chovinismo con respecto al bienestar a consecuencia de la crisis económica. En palabras de Keskinen et al, se utiliza el Estado de bienestar para distinguir “entre ‘nosotros’ y ‘ellos’: los nativos se perciben como merecedores de las prestaciones sociales y los ‘otros’ racializados se retratan como no merecedores, que explotan el sistema de bienestar a expensas de los ciudadanos ‘legítimos’”.[19]

Esta crisis de legitimidad ha contribuido también a la desintegración de la UE. Los partidos y movimientos populistas racistas y de derechas se han beneficiado de las escasas posibilidades laborales y las desoladoras perspectivas de futuro dentro de los llamados sectores ‘nativos’ de la clase trabajadora. El racismo profundamente enraizado, en combinación con los temores de la privación material, han contribuido a nuevas formas de hostilidad hacia las personas migrantes y las minorías étnicas. Las personas inmigrantes han servido de chivo expiatorio y han sido culpabilizadas por la pérdida de oportunidades para la clase trabajadora en la educación, el empleo y la vivienda. El auge de los partidos de derechas en toda la UE (como el Frente Nacional en Francia, el AfD en Alemania, el PiS en Polonia, el Fidesz y el Jobbik en Hungría, y el UKIP en el Reino Unido), junto con el referendo del brexit, han sido influenciados en gran medida por los sentimientos nacionalistas antieuropeos. Para la UE, estos procesos han generado una deriva de desintegración parcial, ya que los países han reestructurado unilateralmente los sistemas nacionales del aparato del Estado de manera autoritaria y nacionalista (por ejemplo, en Hungría y Polonia) o suspendido acuerdos europeos (como el que garantiza el libre movimiento de personas dentro de la zona Schengen).

Prefiguración pragmática contra el autoritarismo

Estamos intentando recuperar lo que antes era nuestro, lo común, lo que es de todos… Nuestro único propósito es dejar a nuestras hijas y nietas una vida mejor, un mundo mejor: ecológico, feminista, inclusivo… Un mundo que funcione a través del poder de las asambleas, en las todos y todas participamos mediante esta nueva forma de hacer política que estamos empezando a construir..[20]

Las contradicciones que se hicieron visibles y se intensificaron durante la crisis europea comprendieron no solo un auge del populismo, sino también la aparición de luchas basadas en las necesidades y que combinaban la autogestión colectiva de base con demandas pragmáticas, como los empleos o la vivienda dignos.[21] La desobediencia civil y la acción directa —como la ocupación de edificios y el gasto público— ha complementado los modos más convencionales de acción, como las manifestaciones.

Lo que hacemos es un acto continuo de empoderamiento para demostrar que, con la práctica, podemos cambiar lo que es injusto. Si una ley es injusta, nuestra obligación es desobedecerla. La desobediencia civil es legítima. Quieren que tengamos miedo, porque cuanto más miedo tengamos, más desempoderados estamos. Pero trabajamos a diario para superar el miedo, para demostrar que, juntos y juntas, podemos hacer cualquier cosa.[22]

La implantación de políticas cada vez más autoritarias no dejó prácticamente sitio para la mediación de intereses y la acción sindical. Las inquietudes laborales, por tanto, se expresaron a menudo fuera de los cauces establecidos para la mediación de intereses, de forma que se impuso una tendencia hacia la radicalización y la adopción de una posición más crítica con respecto a las instituciones de la UE. A escala nacional, la insensibilización del Estado y el giro en las relaciones de poder entre el capital y el trabajo han provocado la resignación, junto con los esfuerzos defensivos individuales de ‘salir del paso’ en el contexto del deterioro de las condiciones de vida cotidianas.

Las políticas de austeridad también han suscitado una ola de huelgas generales políticas defensivas de corto plazo y algo simbólicas en toda la UE. Aunque lograron un nivel relativamente alto de participación, estas huelgas fueron incapaces de cambiar de manera significativa la formulación de las políticas. Si bien de manera esporádica, en toda la UE aparecieron nuevas estrategias laborales, como, por ejemplo, el bossnapping en Francia [un tipo de encierro en el que los empleados retienen a los directivos en el lugar de trabajo],[23] la ocupación de los lugares de trabajo y los disturbios, que evidenciaron la incapacidad de los sindicatos mayoritarios para representar las opiniones o demandas de los trabajadores y trabajadoras. Se hicieron también más frecuentes las protestas, sobre todo —aunque no solo— en el sur de Europa.[24]

Surgieron nuevos movimientos sociales, como el 15M en el Estado español y la ocupación de la plaza Syntagma en Grecia. Al establecer nuevas formas de cooperación y deliberación, estos movimientos pudieron transformar los agravios individuales en demandas colectivas. Los nuevos movimientos desarrollaron todo un abanico democrático y radical de acción. Esto politizó con éxito a sectores de la población y visibilizó demandas latentes o previamente desarticuladas, ocupando el centro de los debates públicos.

En algunos países, la crisis de la zona euro fue testigo del estallido de la organización comunitaria. Es decir, un proceso en el que nuevos actores e identidades (subjetividades pragmáticamente prefigurativas) aparecen y se constituyen nuevas formas de democracia participativa (democracia presentista). Las formas de conflicto no convencionales, la desobediencia civil y el ejercicio individual de los derechos sociales han marcado este proceso. En vez de plantear las demandas al Estado, al capital o a otras estructuras jerárquicas de autoridad y desigualdad, los nuevos movimientos sociales intentaron crear formas autónomas de reproducción social que desbarataran las jerarquías existentes por su capacidad de ofrecer medios alternativos a través de los cuales los seres humanos pueden coexistir, cooperar y coproducir.

En palabras de Dinerstein, el radical prefigurativo busca la “creación de relaciones y arreglos alternativos que reivindican una vida digna más allá del capitalismo”, entre otras cosas por medio de “nuevas formas de producción, autogestión y trabajo cooperativo, la política no representativa, la educación no doctrinaria, la noción del ‘buen vivir’, los bienes comunales y las posibilidades económicas”.[25]

Concentración de la PAH contra los deshaucios en Barcelona.

Sergey Kukota/Flickr

Concentración de la PAH contra los deshaucios en Barcelona.

En algunos casos, los nuevos movimientos sociales funcionaron como infraestructuras de cuidado colectivo que, en el contexto del deterioro de las condiciones de vida diarias, proporcionaron una sensación de solidaridad: “Lo que nos da fuerza es la solidaridad que recibimos. Hemos recibido ayuda y dinero de otras personas trabajadoras, de personas corrientes… Necesitamos apoyarnos mutuamente”.[26] Como añade un activista de la PAH:

Cuando llegué a la PAH, me sentí acogido inmediatamente. Todo el mundo me preguntaba cómo me sentía, cómo me apañaba. Y ves que la gente se ayuda, que las personas son generosas, dan apoyo y se preocupan. Te das cuenta de que la gente confía en ti y, por tanto, debes ser merecedor de esa confianza. Gracias a esta reciprocidad, te haces más fuerte… Y cuando compartes tu propia experiencia con las demás personas y compruebas que puede serles útil, te das cuenta de que vales. Aun si no tienes dinero, estás parado o no tienes nada, puedes serle útil a alguien. Y para mí esto es lo más empoderador; es cómo creces como persona..[27]

La PAH, por lo tanto, ha estado luchando para utilizar la organización colectiva como medio de superar el aislamiento y establecer una identidad colectiva. En este sentido, ha buscado transformar un problema percibido generalmente como privado en uno político y colectivo. De esta manera, personas que antes se habían sentido abrumadas por los sentimientos de fracaso, culpa, soledad e incertidumbre se han convertido en agentes de transformación política.

Así, los nuevos movimientos sociales que surgieron durante la crisis europea desarrollaron nuevas formas de inclusión democrática: “Estamos generando espacios de experiencia en los que las personas aprenden solas, porque creemos que vivir algo en primera persona es lo que las transforma de verdad. En este tipo de espacios horizontales y empoderadores, las personas que se suelen ver excluidas de la participación política encuentran condiciones más favorables para participar”.[28] Esto incluye una nueva democracia ‘presentista’ opuesta a las formas establecidas de democracia representativa, percibidas cada vez más como disfuncionales.

Según Lorey, esta ‘democracia presentista’ “es lo opuesto a la democracia representativa”. En cambio, es una “nueva forma de democracia que se practica en el momento de la asamblea” y, como tal, “hacerse presentista no es una forma de vida no política”.[29] El Estado y la democracia representativa, por el contrario, se han comparado por lo general con un ‘muro’ insondable,[30] ya que sus instituciones insensibles, bajo la presión disciplinaria de inversores y acreedores, fueron incapaces de plantear o incluso de reconocer las demandas de los movimientos.

La implicación de los nuevos movimientos sociales con los problemas sociales cotidianos y las estructuras democráticas inclusivas se ha producido junto con una feminización de la política, que contrasta con la (re)masculinización de la política formal, el auge del populismo autoritario y un neoliberalismo autoritario más extendido. Como apunta Ada Colau, exportavoz de la PAH y ahora alcaldesa de Barcelona por la plataforma de Barcelona en Comú, esta feminización no solo significa una mayor participación de las mujeres en los espacios de decisión política, sino también un proceso de priorizar los cuidados, la vida y la dignidad en las políticas públicas.[31]

Incluso donde los movimientos dejaron de ser visibles, se observó a menudo un proceso de lo que Candeias y Völpel han denominado ‘fracaso exitoso’,[32] en la medida en que los movimientos sobrevivieron a su existencia visible. Como Arditi se esforzaba por señalar, aunque las personas con autoridad tengan la costumbre de retomar la maquinaria de gobierno después de episodios de disidencia, las personas a quienes intentan gobernar adquieren un nuevo gusto por exigir la rendición de cuentas. Mientras tanto, esto prepara el terreno de lo posible, y de lo que las personas que buscan gobernar consideran necesario a la hora de calcular cómo ejecutan tal gobernanza para anticiparse a la reaparición de la disidencia. En este sentido, la insurgencia y la rebelión, de múltiples maneras, tienen una ‘vida del más allá’ que:

…se manifiesta en los giros cognitivos que generan las insurgencias, las experiencias de aprendizaje de la vida en la calle y los debates en las asambleas generales, las memorias que crean, los líderes que surgen en el proceso de la ocupación, las campañas posteriores y las alianzas que fomentan, y los cambios en las políticas que ocasionan.[33]

Conclusión

Las dinámicas descritas en este ensayo se reducen a lo que nos gustaría denominar ‘democracias desbaratadas’: es decir, democracias divididas entre las exigencias cada vez más incompatibles del capital global y las demandas contradictorias de sus poblaciones, cuyas instituciones son cada vez más insensibles a los agravios diarios. Esto conduce a la inestabilidad política, tanto en la forma del nuevo populismo como en las estructuras de autogestión que subvierten los discursos que declaran sistemáticamente que ‘no hay alternativa’. De esta manera, se visibilizan distintos futuros posibles.

Mientras que la elección de individuos como Trump, Duterte y Modi, y la aparición de fuerzas nacionalistas, racistas y xenófobas —cuya popularidad ha crecido en los últimos años—, han alimentado, comprensiblemente, los temores y un sentimiento de desesperanza, observamos, sin embargo, señales de formas disruptivas de acción que perviven. Podemos disentir, aunque a veces solo sea ‘imperceptiblemente’. En palabras de Linebaugh y Rediker, ‘la hidra de mcuhas cabezas’ de la resistencia, la rebelión, la negativa y el repudio de la autoridad tiende, una vez derrotada, a reaparecer bajo nuevas formas y manifestaciones, creando problemas desconocidos para las personas que buscan hacer valer dicha autoridad.[34]

Al considerar las posibles opciones estratégicas en el contexto descrito arriba, por tanto, planteamos que hay cuatro rutas necesarias y viables:
 

  • Perseguir diferentes formas de desmercantilización, tanto del bienestar como de las concesiones ofrecidas por las empresas; esto podría incluir una renta básica universal que se implantara de forma progresiva y una reducción drástica de las horas de trabajo.
  • Desafiar a las instituciones del Estado en pos de una mayor participación y la apertura de oportunidades para los espacios de autogobierno; las iniciativas de presupuestos participativos podrían ser un ejemplo en este sentido, además de la colectivización de sectores básicos bajo la dirección de cooperativas de trabajadores y consumidores.
  • Crear nuevos escenarios de deliberación pública y resolución de conflictos, que posibiliten la transformación de los problemas individuales en demandas colectivas; esto atañe a espacios y asambleas locales, y prácticas de cuidados colectivos, pero también tiene implicaciones para la concentración de la propiedad de los medios de comunicación o el desafío a las jerarquías internas en los partidos y otras organizaciones.
  • Y permitir la ampliación de la seguridad pública a escala nacional, regional y supranacional; es decir, mejorar los derechos y las prestaciones sociales más allá de la toma de decisiones centralizada del Estado-nación.

Frente al hermetismo y la rigidez de la democracia representativa, las fuerzas impulsoras de estos cambios deben buscarse más allá de esta. Es decir, recurrimos a los movimientos sociales y las luchas cotidianas para prefigurar nuevas formas de democracia, coexistencia y cooperación que desafíen implícita o explícitamente las distintas formas de autoritarismo, arraigadas o no en las democracias representativas.

 

Referencias

[1] Este artículo se basa en un estudio sobre las crisis democráticas en el Estado español y el Reino Unido, y la integración europea, durante el que realizamos más de 70 entrevistas cualitativas con activistas de movimientos sociales. En este sentido, nuestra labor como investigadores e investigadoras ha podría equipararse a una suerte de bricolaje que se inspira en la experiencia activista, con el fin de mejorar nuestra lectura de los problemas que aquejan a la democracia en la UE.

[2] Poulantzas, N. (2000 [1978]) State, Power, Socialism. p. 247.

[3] Activista de AFEM, citado en Huke, N. (2016) ‘Krisenproteste in Spanien’, p. 95-96, traducción propia.

[4] Bruff, I. (2014) ‘The Rise of Authoritarian Neoliberalism’, Rethinking Marxism 26 (1): 113-129

[5] Bruff, I. 2014, p. 115.

[6] Bruff, I. 2014, p. 115-116.

[7] El término ‘constitucionalismo’, acuñado por Gill , S. (1998) en ‘European governance and New Constitutionalism: Economic and Monetary Union and Alternatives to Disciplinary Neoliberalism in Europe’, New Political Economy 3 (1): 5-26) alude a un marco jurídico-político de gobernanza que persigue separar la política económica de la rendición de cuentas política o democrática más general (p. 5).

[8] Gill, S. (2002) ‘Constitutionalizing Inequality and the Clash of Globalizations’, International Studies Review 4(2): 47–65, p. 48.

[9] Merkel, A. (2011) ‚Pressestatements von Bundeskanzlerin und dem Ministerpräsidenten P. Passos Coelho der Republik Portugal‘. Berlín, 1 de septiembre: https://www.bundeskanzlerin.de/ContentArchiv/DE/Archiv17/Mitschrift/Pressekonferenzen/2011/09/2011-09-01-merkel-coelho.html, [consultado el 22 de junio de 2016].

[10] Leys, C. (2013) ‘The British ruling class’, en L. Panitch, G. Albo y V. Chibber (eds) Socialist Register 2014. Registering Class. Pontypool: Merlin Press, pp. 108-137, p. 108.

[11] Bieling, H.-J. (2015) ‘Uneven development and ‘European crisis constitutionalism’, or the reasons for and conditions of a “passive revolution in trouble”’, en: J. Jäger and E. Springler (eds) Asymmetric Crisis in Europe and Possible Futures: Critical political economy and post-Keynesian perspectives. Abingdon: Routledge, pp. 98-113, p. 106.

[12] Wahl, A. (2014) European Labor: Political and Ideological Crisis in an Increasingly More Authoritarian European Union: http://monthlyreview.org/2014/01/01/european-labor/

[13] Becker, J., Jäger, J. y Weissenbacher, R. (2015) ‘Uneven and dependent development in Europe. The crisis and its implications’, in: J. Jäger and E. Springler (eds) Asymmetric Crisis in Europe and Possible Futures: Critical political economy and post-Keynesian perspectives. Abingdon: Routledge, pp. 81-97, pp. 92-93.

[14] Entrevista con un activista de la PAH (Barcelona, 31 de julio de 2013), traducción propia.

[15] Pablo Iglesias, citado en Huke (2016), p. 123, traducción propia.

[16] Entrevista con un trabajador en huelga de la fábrica Panrico (Santa Perpètua de la Mogoda, Barcelona, 27 de mayo de 2014), traducción propia.

[17] Comité de huelga de LOR, citado en Bailey, D. J., Clua-Losada, M., Huke, N., Ribera Almandoz, O. (2017) Beyond Defeat and Austerity: Disrupting (the Critical Political Economy of) Neoliberal Europe. Abingdon: Routledge.

[18] Dokos, T., Poli, E., Rosselli, C., et al. (2013) Eurocriticism: The Eurozone Crisis and Anti-Establishment Groups in Southern Europe: http://www.eliamep.gr/wp-content/uploads/2013/09/iai.pdf

[19] Keskinen, S., Norocel, O. C. y Jorgensen, M. B. (2016) ‘The politics and policies of welfare chauvinism under the economic crisis’, Critical Social Policy 36 (3): 1-9, p. 2.

[20] Activista de Iai@flautas, citado en Bailey et al. (2017).

[21] Bailey, D. J., Clua-Losada, M., Huke, N., et al. (2016) ‘Challenging the age of austerity: Disruptive agency after the global economic crisis’, Comparative European Politics: 1-23 (online first).

[22] Entrevista con un activista de la PAH (Barcelona, 31 de julio de 2013), traducción propia.

[23] Boss-napping en los lugares de trabajo fue utilizado por los trabajadores franceses durante la crisis para protestar contra los cierres o las pérdidas de empleo. Los trabajadores retenían a los directivos para presionar a la dirección en contra del cierre o para conseguir mejores acuerdos de indemnización (ver también: Hayes, G. (2012) ‘Bossnapping: Situating Repertoires of Industrial Action in National and Global Contexts’, Modern & Contemporary France 20(2): 185–201).

[24] Bailey et al. (2017), pp. 64-107.

[25] Dinerstein, A.C. (2014) ‘Too bad for the facts: Confronting value with hope (Notes on the Argentine uprising of 2001)’, South Atlantic Quarterly 113 (2): 367-378.

[26] Entrevista con un trabajador en huelga de la fábrica Panrico (Santa Perpètua de la Mogoda, Barcelona, 27 de mayo de 2014), traducción propia.

[27] Entrevista con un activista de la PAH (Girona, 1 de octubre de 2013), traducción propia.

[28] Entrevista con un activista de la PAH (Barcelona, 19 de junio de 2014), traducción propia.

[29] Lorey, I. (2011) Non-representationist, Presentist Democracy: http://eipcp.net/transversal/1011/lorey/en

[30] Activista de la Marea verde, citado en Huke (2016) p. 76, traducción propia.

[31] Colau, Ada (2015) ‘Tenemos que feminizar la politica’, https://www.youtube.com

[32] Candeias, M. y Völpel, E. (2014) Plätze sichern!: ReOrganisation der Linken in der Krise: Zur Lernfähigkeit des Mosaiks in den USA, Spanien und Griechenland. Hamburg: VSA, p. 11.

[33] Arditi, B. (2012) Insurgencies don’t have a plan – they are the plan. The politics of vanishing mediators of the indignados in 2011: http://bjsonline.org/wp-content/uploads/2011/12/Arditi_Insurgencies_2011_JOMEC.pdf

[34] Linebaugh, P. y Rediker, M. B. (2013) The Many-headed Hydra: Sailors, slaves, commoners, and the hidden history of the revolutionary Atlantic, Boston, MA: Beacon Press.

 

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